jueves, septiembre 29, 2005

Mediados de 1998

La fiesta de graduación fue divertida. Al día siguiente ya no tenía escuela ni novia. Ni vida, si es que alguna vez la tuve.

Y me encerré en el cuarto un bueeen rato. Me acostaba sintiendo un dolor impreciso que no encontraba cómo calmar. Cuando llegó el momento de inscribirme para el Servicio Social, no me di cuenta o no me importó. Tomé una perspectiva muy oscura de las cosas. No me sentía a gusto en éste mundo, sentía que los malos y superficiales siempre iban a ganar, y que no tenía sentido ninguna lucha, que lo bueno estaba en el pasado y lo siguiente sería gris y convencional.

Lo que me mantuvo en cierta forma fue que seguí asistiendo a las prácticas propedéuticas. Aunque ya habíamos terminado, se nos pidió permanecer un poco más, puesto que todavía no llegaban nuevos estudiantes a suplirnos. En algún momento se llegó a manejar que se nos contaría como servicio social y eso contribuyó aún más a que me quedara como unos 6 meses más. Casi. Claro que a la mera hora no fue posible hacer el trámite y tuve que hacer el servicio en otro lado. Pero mis compañeros eran muy buena onda, y el trabajo era interesante. Recuerdo cierta fiesta con tacos de carne de trompo y la aparición de personajes del Círculo Psicoanalítico.

Iba a la escuela a buscar a mis amigos paredianos, a quien ahora me tocaba incitar para que salieran de clases. Y también iba hablar de la tesis con Arturo García. Digo hablar porque en ese año no avanzamos mucho, a parte de cimentar el interés en Foucault y desarrollar ciertas ideas cuestionando el proceso de formaciòn de un profesionista psi.

Todo ésto era sólo en momentos. Mi verdadera ocupación era sentime mal, y en encontrarme sin saber que hacer. La mía no era la mayor tragedia del mundo, pero estaba convencido de que por lo menos era emblemática, símbolo de algo más grande. Estaba literalmente desesperado por encontrar algo, una lucecita a la cual aferrarme. En algún momento hasta quería volarme a la novia o ex novia de mi mejor amigo, lo que no hizo más que complicar las cosas. Un buen rato me lo pasaba con Fernando e Iliana, con la ilusión de que adoptaran. Parloteaba sobre el suicidio, aunque a lo más que llegaba era a quedarme viendo los carros desde el puente peatonal que va a Galerías Monterrey. Y sobre todo pensaba que ni siquiera eso significaría algo. Nomás: "mira, se murió!", como en una caricatura de Tommy y Daly. La Jaiva me decía que era el Sagan de la Oscuridad. Dany me decía que me dejara de tonterías de adolescentes. Ok, lo decía con otras palabras.

En ocasiones volvíamos a tener fiestas, pero las cosas ya no eran igual que en la época de La Pared. Tenían rato de haber cambiado, y de haberse convertido en historias acerca de la casa de Rodo y similares.

Fue entonces cuando decidí el siguiente paso lógico: hacer una ópera rock! El Embrión en Broadway. El primer acto implicaba la lenta aparición de un personaje y su monólogo en el vientre de su madre, entre música ambient y máquinas de humo. El segundo era el diálogo onírico entre madre e hijo, antes de que éste sea abortado (!). El tercero trataba de la aparición del Embriòn en nuestro mundo, como figura mesiánica de hielo seco que decía naderías místicas aparentemente al azar. Se hacía famoso en talk shows. Al final su éxito es tal que la gente se satura de su presencia y pasa de moda. Es en ese momento que él alcanza la verdadera iluminación. Fin!

Todo ésto iba a empezar como performance de borracho, para irse desarrollando como espectáculo con megatíteres y luz negra, y un grupo de rock tocando en vivo. Le dediqué un buen rato a la historia. Hice algunos demos grabando diálogos de varios personajes, interpretando diferentes voces, lo que luego me sirvió como método para hacer una pastorela para el dany, que era demasiado larga y estaba basada en Monty Python.

En algún momento me dediqué a tomar unas pastillitas de Tafil y aprendí a irme sumergiendo poco a poco en un dulce sueño. Al despertar el mundo me parecía tan cansado como yo, y tenía la ligera impresión de que las cosas tenían que cambiar. Odiaba caminar por la ciudad y que todo me recordara a mi exnovia, ver los lugares donde solíamos dar la vuelta. La Realidad Comercial. Era así como veía las cosas: everyone had sold out, man! Me sentía como un hippie del 69 repentinamente atrapado en la era disco.

Fue por esa época que dejé de publicar mis cuentos de ciencia ficción en El Porvenir, algunos de los cuales implicaban a un futurista grupo pinkfloydesco, tristemente llamado Mark Doyle. Me di cuenta de que ese era el grupo apropiado para crear El Embrión en Broadway, e inventé otra historia acerca de como su líder, Mark Link, había creado la ópera rock. En todo ésto imagínenme como a Bart, la vez que se rompió una pierna y estaba encerrado en su cuarto, inventando una larga historia de imperios ficticios y murmurando sus planes en la oscuridad.

¿Qué había llevado a Link a crear esa historia de una figurita de hielo seco perdida en un mundo ajeno? Decidí que el tercer acto ocurría no en nuestro mundo mediatizado, sino en un medio nuevo, una maligna realidad virtual que se había tragado al mundo entero: La Realidad Comercial!

Allá por el 99 se lo platiqué a mi ex novia, y su respuesta fue: "Ah sí, es como la película que acabo de ir a ver con mi novio, Matrix". Shit! Mi único consuelo fue que poco después dejaron de andar, y que la película estaba chida, salía una rola de Rage al final.

Total que en una de mis lecturas acerca del futuro mundo virtual, una idea que estaba flotando mucho en el aire durante esa época, caí en cuenta del concepto llamado la Singularidad. No en el sentido del punto físico donde dejan de operar las leyes, sino un momento de la historia en el que el desarrollo tecnológico se acelere de tal forma que lo siguiente transforme a la sociedad y a sus individuos de formas incomprensibles. Es un momento tras el cual no es posible predecir nada. Todo esto ocurriría como resultado de los avances exponenciales en capacidad y velocidad de procesamiento, además de la inteligencia artificial. Un buen día nos toparemos con algo, como la nanotecnología funcional, que a la vez desatará un efecto cascada en múltiple áreas, hasta significar una ruptura con el resto de la historia. Estallará como un virus, desarmando nuestra realidad y creando otra.

Todo ésto es puro cuento ahorita pero en la época (finales de los 90's) el avance tecnológico se autopublicitaba de otras formas y se vinculaba con ideas utópicas para verlo como algo mucho más cercano y factible. ¿Qué tenía que ver conmigo? Que desde la caída del muro no había otra utopía vendible que la del capitalismo, y aquí se hablaba de su futura obsolescencia en un mundo perfecto donde cercanas inteligencias sobrehumanas se harían cargo de los problemas. Donde por fin entenderíamos los embrollos genéticos para acabar con la enfermedad y el hambre. Donde el conocimiento estaría al alcance de todos, etc. Pero todo tan rápido que nos aplastaría, por así decirlo. Algunos calcularon ese cambio para alrededor del 2007; otros, para los años 20 del siglo XXI.

Bla bla bla, total, en resumen, para finales del 98 estaba convencido de que el final de éste mundo estaba cerca (!), y que no había porqué estar sufriendo todo era cuestiòn de sentarse y esperar. El Internet nos iba a salvar a todos! Pero afortunadamente tome la precaución de no decírselo a nadie. Bueno, a mi loquero, pero él todavía esperaba al comunismo.

La idea me acompañaría los siguientes años. Primero como algo divertido y curioso. Luego como una certeza casi física, una necesidad cumplida. algo que me permitía ver por lo menos un futuro. Y empecé a divertirme más. Yeah! O al menos a considerar que más cosas eran posibles. Me tardé un buen rato en darme cuenta. Para eso tuve que toparme varias cosas, en el camino dejé de ir con mi loquero, empecé a escuchar a The Fall y conseguí trabajo. Pero eso sería después.

Mientras, recuerdo cierta ida a Icamole donde buscamos peyote. Y una expedición a El Barrial, con Iván, Bola, Herla, Dany, Lulú, el Ché y su primo deportista. Bola aseguraba que iba a construir su reino en la montaña. Iván se lastimó un pie, pobrecito. Herla era sarcástica y misteriosa. Dany se subía a una piedra. Lulú se tomaba unas horribles bebidas que yo armaba con demasiada sal.

A esa excursión no alcanzó a ir un chavo porque a la mera hora tuvo que ir a vender su carro, o algo así. Años después sería conocido como Johnny Mois, célebre guitarrista de Los Llamarada. Pero en esa época todavía no estábamos listos para el ruido. En ésa época para mi los grupos de rock y demás eran algo lejano, en distancia o tiempo, era algo que hacía thom yorke mientras paleaba dinero, o un elemento ya perdido ante el triunfo indiscutible de la música electrónica. Cof cof cof. Curiosamente para entonces ya conocía muchos de los grupos que me gustan ahora, pero nada más a través de leer reseñas o escuchar clips de sonido en Amazon.com. De buenas que en casa de Alfredito tenía discos de Pixies... velvet underground... new order... sonic youth... y unas compilaciones muy curiosas donde escuché a Tom Waits, The Fall y grupos de la K Records.

Pero todavía no me salvaba. El panorama se me iba ampliando, aunque estaba conciente de que las cosas ya no eran las mismas.

En la subida a la montaña me di cuenta que ya había perdido cierta condición que me acompañaba desde que era niño y subía y bajaba a Chipinque todos los fines con la familia. Ya casi al llegar a la cima, ni siquiera me quité la mochila, nada más me dejé caer al piso, mientras los demás seguían hacía la cabaña donde nos íbamos a quedar. Era tan dulce dormirse a un lado del camino y estar lejos de la ciudad. Ya luego encontraría otras formas de escaparme y regresar.

viernes, septiembre 23, 2005

1995
Recuerdo que me gustaba Nine Inch Nails. O a la mejor todavía no. Nirvana. Un cassette de Elvis Costello (Armed Forces) que me había costado 1 dólar en el Wal- Mart de Laredo.
Con Nirvana le daba vueltas a Kurt y el suicidio, sus toques melódicos y fútiles ataques repentinos. I think I’m dumb. No tenía discos en sí, pero había grabado rolas de la radio. Sobre todo me gustaba el track anárquico de Gallons of rubbing alcohol, que luego me harían más digerible al noise. En Costello escuchaba ecos de los Beatles, también admiraba las letras que, en retrospectiva, quizás se esfuerzan demasiado por ser ingeniosas... y sin embargo lo son.

Estaba en el tercer año de la carrera. Pasaba buena parte del tiempo con mis compañeritos Gustavo y el Ché. Ocasionalmente iba a fiestas en casa de Milton, quien tenía cassettes de Cerati, que para mí eran una revelación. Pero las reuniones eran “beatlescas”, puesto que la mayoría éramos beatlefans dispuestos a escuchar los discos una y otra vez, y los que no eran, se aguantaban. Yo rompía en algunas ocasiones el ciclo poniendo otras cosas. Recuerdo que la vez que puse a Elvis Costello un cuate, el McCartney, me preguntó: “¿Qué es eso? ¿Oasis?”.

Por lo general, en clases atendía únicamente mis asuntos, rumiando en silencio letras de canciones y sueños sobre Syd Barrett y Phil K Dick. O preparaba material para mi columna en el periódico El Porvenir, donde escribía de ciberpunk y las maravillas del Internet. Los textos solían ir acompañados de ilustraciones genéricas de un técnico frente a una computadora. Cada fin de semana enviaba mi colaboración para ConeXXIón Futura. Mi gran momento fue ser invitado a un mesa redonda sobre tecnología en el Tec, pero por alguna estúpida razón no asistí.

Me gustaba una chava mayor que yo, Yhasira, o Yashira. Tenía la imagen de “la rara”, que sin embargo no era “la rebelde” del salón. Usaba ropa distinta y lentes curiosos. Un nariz distintiva. Tenía amigos actores y dueños de antros. Ella era quien traía lecturas de Sartre o Nietzche, en un salón donde la alumna más destacada era fan de los Caifanes. Yhasira escuchaba a Black Sabbath, y Ministry, que en esa época me encantó. Yo pensaba que el industrial pop era el inicio de la música del futuro. Y estaba obsesionado con Yhasira, o Yashira. Un año después se lo confesé, pero ya no venía al caso. Pero un buen rato pasé las tardes en el salón, esperando su llegada, siempre tarde...

En el verano fui a Seattle. Me quedé en casa de Pax, un ex compañero de Fac de mi papá. Vivía en Bellevue con su esposa y dos pequeños hijos, y muchos libros de ciencia ficción. A unas cuantas cuadras tenían una enorme biblioteca pública. Pax me prestó su tarjeta, así que podía sacar y sacar libros. También asistía a una biblioteca de la universidad, y leía a Phil K Dick y a Joyce, biografías de los Beatles, textos de sociología, historia, clásicos, etc. Caminaba por la ciudad visitando librerías alternativas y tiendas de discos, mercados, subiendo y bajando por los elevadores de altos edificios con interiores que parecían escapados de una película de detectives. Todo el tiempo soñando mil historias y casi sin cruzar una palabra con alguien. O me tiraba en el pasto para ver a las ardillas afuera de la Universidad. También cuidaba a los niños de pax, y comíamos sandwiches de peanut butter & jelly.
Fue en Seattle donde compré libros que leería hasta varios años después, como Dune y The Lord of the Rings. Pasé varios días dudando acerca de comprar un juego de PC, Myst, que me ocupó un buen tiempo y ahora he olvidado. Implicaba recorrer una isla bellamente ilustrada, resolviendo enigmas. Todo el tiempo en silencio y sin topar a nadie, como un fantasma.

Fue en una de esas visitas a una librería alternativa que me topé un área de fanzines hechos con la clásica técnica del collage. Compendios de poesía, y otros que eran prácticamente diarios personales, como un blog pero impreso y grapado. Uno de ellos se llamaba Confessions of a fat loser.

Fue una de mis épocas más felices. No tenía mucho dinero para gastar, pero toda una ciudad para recorrer a pie, antes de que se hiciera muy tarde y tuviera que tomar el camión. Y sí, también me tocó conocer el mall más viejo del mundo, el primero de todos.

A mi regreso a MTY, Yashira me alertó acerca de un proyecto de revista por parte de la mesa directiva. Yo nunca me había visto vinculado con esa clase de organizaciones dentro de la política estudiantil, pues me quedaba en claro que no eran muy útiles. Como quiera empecé a trabajar con ellos. A la mera hora Yhasira se ausentó del proyecto y yo me quedé ahí como quiera. Los líderes eran Jose Luis y su novia Erika. Vivían bajo el poder del DR. Jorge Ruben, un farsante con barba y pelo largo que se las daba de gurú. Creo que la onda eran versiones variantes de la Psicología Transpersonal. También adoraban al futuro director, Pepe Cruz, por haber introducido un nuevo paradigma en la psicología conductista. Un tema recurrente era el área de acentuación al que cada uno se dirigiría al terminar el sexto semestre.

El equipo tenía buenos integrantes, los habituales malos poetas, un dibujante de comics, textos de Jorge Rubén (creo) y a Aréchiga y su novia. César Aréchiga era inteligente y muy reservado, quería ser cineasta, quizás ya lo haya logrado.

Al final no se armó nada de la mentada revista, excepto largas discusiones donde se escudriñaba la existencia de posibles espías y vibras negativas en el grupo. Y en efecto, el ambiente estaba muy cargado y Erika estaba loca. El diseño iba a estar en manos de, como es de suponerse, un diseñador amigo de alguien, y que nunca tuvo tiempo libre suficiente. Y luego todo se quedó congelado porque.... querían que saliera bien. Era mejor esperar.

Creo que fue también en el 95 que el Ché me invitó a una tocada en la Macro, donde estuvieron grupos como Inspector, y unos punks. Me presentó a un personaje de glorias futuras, todavía con pelo largo, y me dijo: “Mira, éste es el Dany, es chido”.

Fue el último año en que viví con cierto ritmo pausado, todavía garabateando solo en mi libreta. Ni siquiera me imaginaba lo que pasaría después.

Dios, esto ya parece el final de un capítulo de los Años Maravillosos.

miércoles, septiembre 07, 2005

"MOM TOLD ME TO GO OUTSIDE AND DO SOMETHING, SO I WENT OUT AND DID THINGS" - jandek