lunes, octubre 30, 2006

Compraste un accidente para el verano

- Mira, no pensé que estuvieras aquí todavía.
- Nada que ocultar.

Había entrado para comprar la guerra con manos claras. Me levanté con una sonrisa cansada. O al menos con la nota que alcanzó a dejar ella. No decía nada, pero una nota es una nota es una nota.

Desde la pared, la sombra me miraba con ojos de publicidad. Siempre tiene algo nuevo que ofrecer.

- ¿Sabes dónde está ella?
- Se levantó en la madrugada. Las 10 y media. Tengo todo grabado. Fue hacia el centro. Hace dos horas desapareció ante una de las cámaras.
- ¿Un punto ciego?
- Debe tener amigos muy bien ubicados.
- Ja.

La cabeza me estaba matando. Y no era el día de limpieza. Tendría que arreglármelas solo. La sombra me guió, el cuarto ajeno me regaló cierta ropa en colores extraños.

Revisé las fotos de la noche anterior mientras algún vagón me dejaba varado. En Morelos, las tiendas seguían ahí, cuartos vacíos, un póster, esqueletos. El festival hirviendo en las calles, en el aire y los pequeños lagos. La sombra insistía en llegar a un lugar donde vendían discos en la época en que las tiendas, en la época en que vendían, en la época de discos, la época de pocos retratos.

- Deberíamos entrar.
- Entra.

Me paré un rato bajo la cámara, el aire que se la había tragado. En la multitud dominical corrían varios de esos niños que tienen que quitarse la cabeza para dormir bien un rato. Me aparté del carril de relámpagos, pensando en el día que pudiera comprar una de esas fuerzas variables. Una que nunca terminara. Que me fuera llevando. Que me permitiera seguir esperando. Tomé nota, la hice a un lado, escuché los gritos del mediodía, viejas nubes pantalla, el agua bajo mis pies, las mil especies de insectos, las ofertas del mercado, mi puntuación bailando. Varios lenguajes prosperaron, pero nadie me habló, y si lo hubieran hecho, algún dibujo ocuparía el lugar necesario.

Malditos los días, y la posibilidad de levantarse temprano.

Las nubes seguían chocando. Pastores sin quehacer. Ojalá alguien se aburriera lo suficiente como para regalarme uno de esos accidentes baratos. Y quizás fui demasiado claro, pues la sombra ya estaba junto a mí, mostrando uno de esos cupones tan de moda. No tuvo que decir más. Un boleto variable. Vi la clave en mi mano. La clave me vio, hicimos un trato.

En ese momento fui capturado, y capturé al mundo, y alguien por fin activó el botón de avance, y la velocidad fue otra, los espejos me acompañaron. Los milagros se ocuparon del resto. Traté de evitar una colisión. Las fuerzas variables te hacen sentir borracho, y alguien más estaba a cargo, pero siempre llegabas. Una mancha a mi lado.

En el tiempo que no era el tiempo el cupón se había agotado y estábamos de vuelta en el mismo cuarto. Ella había regresado a nuestro momento favorito, la explosión, las maletas, la huída, el milagro.

- Mira, no pensé que estuvieras aquí todavía.
- Nada que ocultar.
- ¿Y la sombra? ¿En qué estuviste gastando?
- En lo mismo, lo mismo.

Me alejé un poco, hasta salir de mi retrato animado, y pude ver la escena tan conocida al irse desplegando. Me vi repitiendo la ceremonia del ayer, apreté el detonador en mi mano, y busqué un punto de vista apropiado.

Cien flores rojas para el verano.