martes, marzo 07, 2006

La última de los Llamaradas. (parte 1)

2067.
El día en que la extraterrestre curvilínea y verde apareció en su cuarto, él se había levantado como todos los días, con el calor de la mañana temprana, y el recuerdo de dónde estaba.
- Shit. Saigón.

Abrió sus ojos con lentitud mientras se incorporaba en la cama. A su lado, cuadro idénticas colegialas japonesas dormían en silencio eléctrico. En el piso estaban los clásicos instrumentos: guitarras, bajo, batería, un teclado. Y en la puerta del cuarto estaba pegado un póster animado, anunciando en grandes letras rojas a LLAMARADA JOHN Y SUS ROBOLLAMARADAS DEL ROCK AND NOISE.

Tomó la caguama que lo esperaba a sus pies, siempre fría, siempre llena, y se dirigió al baño. Ahí el espejo le regresó la imagen de un cincuentón en razonable buen estado, con su pelo algo canoso y alborotado.

Nada mal para un rocker de 90 años. Y más tomando en cuenta que él era Johnny Noise.

Mientras se bañaba, agradeció estar en Vietnam, donde la tecnología daba el comfort necesario pero no lo aislaba de la gritería de los monos en el árbol más cercano, los ruidos de siempre en el mercado, los pregones de vendedores de pan paseando en bicicleta por las calles. Claro que no tenía más que abrir una ventana para ver el cielo tapizado de hologramas, niños entrando y saliendo de la Realidad Comercial mientras jugaban, enjambres de ideas persiguiendo a algún incauto sin vacunar, naves descendiendo como hojas de árbol. Pero al menos no habían convertido todo en una manga, como en Japón. La regadera seguía siendo una regadera, la toalla seguía siendo una toalla. La cual se bajó de donde estaba colgada y empezó a canturrear mientras lo secaba. ¿Qué más podía esperar uno? Justo estaba prendiendo un puro marca Bob Mares cuando vio a la mujer verde que acababa de aparecer en el baño, así que pensó que el único saludo apropiado era quitarse la toalla. La mujer no parpadeó.

- Te vi anoche. En el Fast Calypso.
- ¿Quieres cheve?

Ella sonrió sin retirarle la vista un momento. Era el estereotipo de chica espacial en la portada de algún cómic. El tipo de chica que nunca sale dibujada igual en las páginas interiores. Todo estaba en su lugar, pero su origen extraterrestre era obvio. Y estaba cubierta con joyas plateadas, además de una túnica delgada, blanca y estratégica. Sus rasgos eran felinos, con varios piercings en su cara, y un efecto de leopardo en sus brazos.
John le dio un toque al puro, y luego se lo ofreció a la chava.

- ¿Se supone que te pareces a Khowy, o qué onda?
- El parecido es intencional. La conozco, pero no la he podido encontrar.
- Ya tiene rato que no se aparece...

Ella le regresó el puro, mostrándole que ella ya traía uno prendido.
- Mi nombre es Aila Rad. Vengo de parte de una de las civilizaciones que acaban de enlazarse con la suya. Queremos invitar a los Llamarada a una tocada...
- Yastá.
- ... a cien años luz de aquí, en la Corte del Rey de los Cangrejoides. El planeta Kaj Dirat. No suele salir en las noticias muy seguido.
- Vámonos para allá.

Las robochicas seguían dormidas en la cama. John empezó a agarrar su ropa.
-¿Y a los demás ya les avisaste?
- Vamos para avisarles. No habrá necesidad de que lleves a tus roboamigas.
- Me las gané en una rifa y les enseñé a rockear. No es lo mismo, pero está chido también, van agarrando onda las morras.

Les dejó un recado flotando en el aire, y tomando su caguama y su guitarra salió al bullicio de la calle, acompañado de esa mujer que casi no hacía ruido al moverse. Tomaron un bicibús, y pronto estaban en el espaciopuerto de la costa.

John no miró hacia atrás, sólo volteó al cielo, tratando de imaginarse otro mundo allá arriba. Entonces encendió otro puro, y se vio enfrente de una nave del tamaño de un avión pequeño, con un nombre escrito en mayúsculas retorcidas. Start and fire.


En lo alto de una colina francesa, estaba la casona con sus varios pisos, múltiples baños y habitaciones, el salón de banquetes, la sala de imágenes, el cuarto de los robots, el gimnasio, el área de eventos, una plataforma para naves y las hectáreas de bosque alrededor. En la copa de uno de los árboles, uno podía distinguir a una pequeña mujer flotando brillante en la noche, mientras recogía frutas de formas variadas. Se movía con seguridad en el aire, sin evidenciar ningún esfuerzo, como si hubiera nacido haciéndolo. Tenía una pequeña sonrisa y casi 90 años. Nunca se había sentido mejor, pero también sentía que ya había visto todo.

Al igual que la mayoría de los adultos de su generación, había vivido en la Realidad Comercial, para luego regresar corregida y aumentada en vida y capacidades. Así que le quedaban bastantes años por delante.

Lo que extrañaba era rockear. Hasta que vio esa nave bajando, para luego abrir su puerta y dejar salir una figura muy conocida y una mujer extraterrestre.

John la veía flotar mientras ella iba bajando al suelo.

- Achinga. Vuelas.
- Qué bonito saludo... ¿Y tú que poder tienes? ¿Todavía tienes la robocaguama que nunca se acaba?
- Simón - dijo él ofreciéndole un trago. – Pero también tengo el poder de... ¡DE ROCKEAR!

Hizo mímica de sostener una guitarra invisible y empezó a tocarla. El aire se llenó de un riff ruidoso que parecía provenir de un gran amplis.

- ¡Me has convencido! Y tu amiga...
- Aila Rad. Represento al Imperio de los Cangrejoides.

Herla la miró con escepticismo burlón.

Aila Rad era una mujer igualmente pequeña, con un vestido complicado en tonos café, que parecería estar a punto de desarmarse. Pelo corto y un aire de eficiencia relajada. Y no, no era verde.

- ¿Del espacio? Yo soy funcionaria, pero las marcianas no son mi especialidad. Vayan a la oficina del gobierno terrestre, es el que se encarga de esas cosas, de poner la alfombra roja.

John se rió mientras le volvió a pasar la caguama.

- Nah, el gobierno terrestre no existe. ¡La onda es punkkkkk!

- Sí ya sé, todo es decorativo. Pero ya sabes qué les encanta a los franceses. Y mientras Kampe esté a cargo...

Aila Rand mostraba ya tener algo de prisa.

- Ya hemos contactado a la administración. De hecho ellos fueron los que nos dijeron dónde encontrarte.
- Vamos a tener tocada.

Ella se levantó otra vez del suelo.
- Ah, y me están invitando a verlos, ¿o qué? – volteó hacia Aila.- Porque estos me sacaron del grupo.
- Te saliste sola.
- Mis jefes quieren que toques. Es un pequeño festival en el planeta Kaj Dirat. Tocada y luego banquete en la Corte del Rey de los Cangrejoides.

Herla se acercó a la nave. Vio que varios de sus robots estaban cerca, esperando órdenes acerca de las visitas.

- ¿Y qué saben esos Cangrejoides de nosotros?- preguntó Herla, aunque ya conocía la respuesta. Desde los primeros contactos con otras civilizaciones, con las instaladas en nosotros y con las que recorrían redes de información a lo largo del espacio, los viejos grupos de rock habían llamado la atención como algo distintivo, como un recurso natural no siempre encontrado en todas partes. Los aliens bajaban rolas sin parar, escudriñaban hasta la última grabación... y entre tantos que había, pues era natural que alguno se topara con un disco de Llamarada.

El viaje a planetas fuera del Sistema Solar todavía no era tan común, al menos sin medios virtuales. Varios grupos habían tocado ya en las estrellas más cercanas, pero nunca había sabido de uno que fuera al mundo de los Cangrejoides. Ni mucho menos había oído hablar de Kaj Dirat. Serían los primeros.

Herla estaba segura que tenía que estar ahí, y no como manager o ex integrante. Tenía que tocar otra vez con sus viejos compañeros, viajar a otra estrella. Era justo lo que necesitaba.

Cuando Aila terminó de explicar los detalles del evento, un robot ya venía en camino con la guitarra. Herla hizo clic en varios puntos del aire a su alrededor, eligiendo la ropa que usaría, sus jeans, sus vestidos, avisando a su suplente y a la familia. La extraterrestre la miraba muy atenta, y en sus ojos parecía haber mucha gente. Quizás en el fondo no fuera tan mala.

Juan practicaba la guitarra de aire.

Otro robot llegó con la maleta y Herla le dijo adiós con un pequeño gesto mientras subió a la nave, donde todo parecía más blanco y más grande de lo posible, donde los muebles cambiaban de forma y un amplio ventanal le mostró el suelo alejándose, dejando atrás su rutina de trabajo, los remolinos de datos y el enlace constante con mil compañeros de trabajo en el fársico gobierno terrestre. Pero también sus árboles y toda esa canasta de frutas...

De todas formas, sabía que por ahora no iba a extrañarla, y que las estrellas se veían todavía más cercanas.

1 Comments:

At marzo 07, 2006, Anonymous Anónimo said...

ya quiero la segunda parte !

 

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