martes, enero 10, 2006

La revolución del ahora

Cuando era niño vivía en un castillo de infinitas habitaciones. Mi caminar era pausado. El sol y la luna siempre estaban arriba. La TV tenía una grieta donde espiabas pequeñas figuras ensayando rutinas en blanco y negro. Todo estaba bien. Existían mis padres, mi hermana, los periódicos, mis revistas.

Eso fue hasta el día en que llegó el transporte. Primero se llevaron a Laura. Yo me preguntaba a dónde se la habían llevado, y cada mediodía ella regresaba con letras nuevas guardadas en unas hojas.

Después las letras se convirtieron en palabras. Fue ese el día en que la bolsa de Astra dejó de ser una bolsa. El logotipo de dos colores se convirtió en la tienda. Ahí había visto un robot, pero era otra mentira, otra letra. También tenía ruedas y alguien lo controlaba.

Y cuando fueron por mí, supe que ahí estaba mi hermana Laura con su sonrisa, el pelo que se rizaba donde ella quería. Era demasiado mayor, nunca pude salvarla.

En el transporte viajaban otros niños; me fue fácil odiarlos, al menos por un tiempo, antes de jugar y estar conectados. Llegamos a un cuarto como una sala, pero donde los muebles eran todos iguales, para que estuviéramos todos iguales, con nuestra mirada guiada hacia las palabras viniendo de arriba y el frente. Levantabas una tabla y podías guardar tus cosas. El maestro hablaba y hablaba, empecé a entender que el mundo no era un castillo.

Con el paso de meses empecé a hablar, y a tener algo de prisa. ¿Por qué el mundo no cambiaba de una vez? ¿Por qué había gente pobre y gente libre? ¿Por qué a los adultos nadie los detenía?

Luego llegó el color, y vi Juguemos a Cantar. Unas niñas pedían el triunfo del comunismo. Estaban rodeadas de monos de trapo. La siguiente imagen era el comercial de cierto videojuego. Una pelotita gris brincaba en la pantalla. Abajo, letras cuadradas iban surgiendo como marcianitos verdes. Y entonces supe que eran los años ochenta.

Así que todos supimos qué pedir en Navidad, y era una maravilla. Tenía un juego sobre E.T., con la opción de hablarle a tus amigos. Pero en realidad escogías letras con la palanca negra, el botón rojo, el botón naranja en madera pulida. Si eras listo podías contactar muchos amigos, ganar premios, brinquitos, cocas, calcamonías de estrella, tickets, gelatinas.

Al llegar de clases estirabas la antenita de goma hasta que estuviera cerca del teléfono, o una licuadora, y jugabas a la pelotita, contabas chistes o hacías equipos para brincar en la luna. También tenían un carrito. Fue la época en que todos los niños querían estar en un grupo y vestirse como astronauta, chaquetas plateadas y guantes blancos, guitarras de forma extraña. Los de la colonia éramos los Superamigos, las canciones eran progresivas y trataban de capas y duendes luchando por princesas. Las niñas se maquillaban. Nosotros traíamos el pelo algo largo. Todo sonaba como un robot, pero varios soñaban con computadoras.

Y había tantos amigos, incluso cuando no era cierto. Lo que no sabíamos era que esos muchos igualaban al mismo. Eduardo. Yo lo recuerdo, me levanto en la madrugada, me miro en el espejo. Estábamos en cuarto año cuando empezó a conectarse en las noches con todas las casas, ganando todo juego, eligiendo palabras tan rápido, un mago brillando ante la pantalla, encerrado para siempre en su cuarto, sobre la alfombra café cubierta de polvo de galletas, un viejo cómic al alcance de la mano. Hablaba del cambio siempre esperado, de muros y guardias, bombas que amenazaban, enfermedades como un futuro durmiendo en el aire.

El momento era perfecto. Todos los niños estarían conectados durante el verano.
Y cuando llegó el día esperado, en que seríamos llevados de nuevo a clases, todos los transportes fueron secuestrados, robamos los bancos, los supermercados fueron nuestros, y levantamos en cada poste nuestra bandera, un cielo azul salpicado de estrellas, los niños en septiembre conquistando el universo.

1 Comments:

At enero 11, 2006, Anonymous Anónimo said...

Debido a la consciencia unidireccional del Tiempo en la cual permanecen sumergidas las mentes convencionales, los seres humanos tienden a pensar en todo en estructuras secuenciales, expresables en palabras. Esta trampa mental produce conceptos de efectividad y consecuencia a muy corto término, una condicion de constante y no planificada respuesta a la crisis.
* Liet-Kines: Manual de trabajo de Arrakis.

 

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